Gerardo Cagnoli nació en Valenza Po, Piamonte, hacia 1270. Después de la muerte de su madre, acaecida en 1290 (su padre ya había muerto), abandonó el mundo y vivió como peregrino, mendigando el pan y visitando los santuarios. Estuvo en Roma, Nápoles, Catania y quizás en Erice (Trapani). En 1307, impresionado por la fama de santidad del franciscano san Luis de Anjou, obispo de Tolosa, ingresó en la Orden de los Hermanos Menores en Randazzo, Sicilia, donde hizo el noviciado y vivió algún tiempo.
Del convento de Randazzo pasó a Palermo en calidad de portero y allí permaneció hasta su muerte siendo la admiración de sus hermanos y de los fieles por su sencillez y sus virtudes. Cerca de la puerta del convento plantó un ciprés y arregló un pequeño altar en honor de la Virgen y de san Luis de Anjou, de quien era devotísimo. Allí ardía continuamente una lámpara de aceite. Con un ramito de ciprés bañado en aceite de la lámpara bendecía a los enfermos que se acercaban a él en busca de consuelo. Muchos se iban perfectamente curados, otros experimentaban mejoría, o se sentían consolados con su palabra. La fórmula que él empleaba para bendecir era esta: «En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, por la intercesión de la Virgen María, de San Francisco y de San Luis sé liberado de esta enfermedad».
Los milagros se sucedían. Enrique d’Abbati, justicia del rey, estaba gravemente enfermo, y se había perdido toda esperanza. Fue llamado Fray Gerardo, que consoló con palabras fraternales al enfermo. Luego se postró en profunda oración. Poco después el enfermo se levantó perfectamente curado. Dormía pocas horas sobre una desnuda tabla; con instrumentos de penitencia maltrataba su cuerpo; continua oración, íntima unión con Dios, he ahí el programa de su larga vida. No es extraño que muchos lo aclamaran como santo ya en vida.
Había transcurrido más de 30 años en la Orden Franciscana, cuando en la fiesta de San Juan Evangelista de 1345 se le apareció la Santísima. Virgen y le aseguró que dentro de dos días volaría al cielo. Ante este anuncio Gerardo se alegró muchísimo y se preparó para las bodas eternas con gran fervor. El 29 de diciembre recibió con profunda devoción los últimos sacramentos de la fe y se durmió serenamente en el sueño de los justos. Tenía 75 años. Su sepulcro, en la iglesia de San Francisco de Palermo, fue meta de peregrinación de muchos devotos que recurrían a él desde Sicilia, Toscana, Marcas, Liguria, Córcega, Mallorca... Su culto continuó sin interrupción. Los restos mortales del beato Gerardo Cágnoli reposan en el templo de San Francisco en Palermo, a pocos pasos de la puerta del convento que por largos años fue testigo de su santidad. San Pío X aprobó el culto el 13 de mayo de 1908.