Nació en Villasexmir (Valladolid), entonces de la diócesis de Palencia, el 16 de octubre de 1877 y fue bautizado ocho días después. Era hijo de Jacinto, vendedor ambulante, y de Gabina, que atendía una pequeña tienda de pueblo. Una familia numerosa y modesta, de nueve hijos. Siendo todavía muy niño, sus padres regresaron al lugar de su procedencia, Villavieja del Cerro (Valladolid), donde transcurrió su infancia. Siendo joven, respondió a la llamada de Dios a la vida sacerdotal, ingresando en el Seminario de Valladolid. Ordenado Sacerdote el 1 de junio de 1901, fue destinado de Párroco a Villaverde de Medina (Valladolid). A los dos años, en 1903, pasó a la capital, Valladolid, como capellán de las Hermanitas de los Pobres, haciéndose cargo al mismo tiempo del archivo episcopal. En 1905 era capellán de las Siervas de Jesús, a la vez que profundizó los estudios de Teología, obteniendo el Doctorado, en Valladolid, en 1906. Por algún tiempo ejerció de profesor de Metafísica en el Seminario y de Teología en la Universidad de Valladolid, hasta que en 1910 tomó posesión de una canonjía de la Catedral, en la cual desempeñó activamente su apostolado ocupándose de la parroquia, de la que se hizo cargo en 1925, y predicando durante 10 años todos los domingos en las dos misas principales.
Además, su celo pastoral, ejercido en la confesión y en la predicación, se extendía por toda la ciudad. Fue consiliario del Sindicato Femenino desde 1923 a 1935 y confesor del Seminario también largos años. La fama de su celo sacerdotal llegó a la Nunciatura Apostólica en Madrid y el Nuncio, Mons. Federico Tedeschini, convocó a D. Florentino a la ciudad de Ávila el 5 de junio de 1935, para comunicarle la voluntad del papa Pío XI de nombrarle Obispo Administrador Apostólico de Barbastro, propuesta que, repetida de modo más apremiante el día 12 de octubre, fiesta de la Virgen del Pilar, fue asumida por él con gran confusión, y aceptada por obediencia a la voluntad del Papa. Fue nombrado Obispo el día 11 de noviembre y consagrado en la Catedral de Valladolid el 26 de enero de 1936, tomando posesión de la Sede de Barbastro, entonces administración apostólica, el 8 de marzo.
Estaba en Zaragoza dispuesto para hacer su entrada solemne en Barbastro el domingo día 15, cuando recibió noticia del sabotaje que se preparaba para desbaratar la manifestación de acogida que le habían organizado. Suspendió la marcha aquel día y llegó al siguiente, en forma privada, a las mismas puertas de la Catedral sin boato externo, limitando la solemnidad de su entrada a los ritos litúrgicos prescritos, dentro de la Catedral. Los 4 meses y 23 días que duró su episcopado en la Diócesis, fueron a la vez intensos y trágicos. Impulsó la pastoral diocesana, predicando todos los domingos en la misa de 12 en la Catedral porque quería enseñar al pueblo él mismo el catecismo; alentó y patrocinó la implantación de la C.E.S.O. (Confederación Española de Sindicatos Obreros), organización promovida por D. Ángel Herrera Oria, desde su periódico El Debate. El paro obrero, gran azote de la sociedad española de aquellos días, encontraba remedio en la acogida generosa por parte del Obispo D. Florentino a cuantos pudieran necesitarle. En una de las reuniones de la Adoración Nocturna, conoció a Ceferino Giménez Malla, «El Pelé», un gitano también mártir, beatificado con él.
Al enterarse el obispo de que muchos sacerdotes estaban siendo detenidos, elevó una protesta al Ayuntamiento, de la que obtuvo como respuesta el confinamiento en su residencia el día 20 de julio de 1936. El 22 fue formalmente detenido y llevado al colegio de los PP. Escolapios, habilitado para prisión del clero y religiosos. Desde las ventanas del que había sido salón de actos del colegio, que daban a la plaza del Ayuntamiento, pudo ver y oír todo género de tumultos callejeros y cómo los sacerdotes y los religiosos eran conducidos a la cárcel o a la muerte. El 25, fiesta de Santiago Apóstol, pudo celebrar Misa en el oratorio del colegio pero, enterados los vigilantes, les prohibieron todo acto de culto. Al atardecer del día 8 de agosto, fue trasladado a una celda solitaria de la cárcel del ayuntamiento, en la misma plaza. En los interrogatorios a que fue sometido, le ocasionaron toda suerte de vejaciones, hasta el punto de cortarle los genitales en medio de todos los allí reunidos, que entre zarandeos y empujones le decían «no tengas miedo. Si es verdad eso que predicáis, irás pronto al cielo», a lo que el Siervo de Dios, les contestó «sí, y allí rezaré por vosotros». A la madrugada del día 9, junto con otros doce detenidos, le llevaron al cementerio en un camión. Durante el trayecto, dicen que D. Florentino no dejaba de repetir: «¡Qué hermosa noche para mí!». Los del pelotón del fusilamiento, extrañados, le preguntaron si sabía dónde iban, a lo que respondió: «Me lleváis a la casa de mi Dios y Señor, me lleváis al cielo». Se cree que hacia las 2 de la mañana lo fusilaron. Una vez abatido, le dieron tres tiros de gracia. Murió rezando y perdonando a sus ejecutores, a los 58 años de edad. Su cadáver fue arrojado a una fosa común. Al terminar la guerra, se identificó a los allí enterrados y D. Florentino, a quien encontraron incorrupto, fue fácilmente reconocible por las iniciales que marcaban su ropa interior. Exhumados los restos se depositaron en la cripta bajo el presbiterio de la Catedral. Con motivo de su beatificación, sus reliquias, incorruptas, fueron trasladadas a la capilla de San Carlos Borromeo en la Catedral, detrás del altar, en un sepulcro nuevo, donde actualmente se veneran. En la sacristía de esta capilla se puede visitar también un pequeño museo con objetos y escritos del obispo mártir. Fue beatificado en Roma el 4 de mayo de 1997.
Tomado de Clerus.org, que remite a González Rodríguez, Mª E., «Los primeros 479 santos y beatos mártires del siglo XX en España. Quiénes son y de dónde vienen». Editorial EDICE, Madrid 2008, pp.273-274.