El beato Engelmar Unzeitig nació el 1 de marzo de 1911 in Hradec nad Svitavou, perteneciente en la actualidad a la República Checa.
Perteneció a la congregación misionera de Mariannehill -activa hasta la actualidad-, en la que fue ordenado sacerdote en 1939 y designado párroco de Glöckelberg, en Cesky Krumlov.
El 21 de abril de 1941 fue detenido allí mismo por la Gestapo. Así lo narra María H. Unzeitig, hermana del sacerdote y testigo del arresto:
Tras el arresto fue enviado, en unas pocas semanas al campo de concentración «KZ Dachau». Le fue asignado el número 26.147, y como símbolo el triángulo rojo que ostentaban los sacerdotes, como “presos políticos”.
Ya en la vida del campo de concentración, el beato se distinguió por su caridad para con los que lo rodebana, con quienes compartía -al igual que muchos otros- lo que le enviaban sus seres queridos: «Depende de nosotros hacer cada cosa por la gloria de Dios y hacer felices a los demás. Obtenemos así el más grande de los beneficios y la vida se vuelve más llevadera…», escribe en una carta de enero de 1943.
Así testimonia el P. Joseph Witthaut:
El 5 de marzo de 1943 obtiene el primer permiso para celebrar misa en la barraca, un funeral por su madre, fallecida el día anterior, y a quien no había visto desde su ordenación.
A pesar de las amenazas de severos castigos, el P. Engelmar administraba los sacramentos, asistía a los moribundos y llevaba la comunión a los enfermos. Fue especialmente activo como misionero entre los prisioneros rusos, con quienes compartía el taller de trabajo. Junto con otros sacerdotes, tradujo al ruso partes de la Sagrada Escritura, textos del Catecismo y párrafos del libro “La Imitación de Cristo”.
A fines de diciembre de 1944 una epidemia de tifus asoló el campo, provocando un gran número de víctimas y de nuevos contagiados, entre ellos el propio beato, que se prodigó en cuidados hacia los enfermos. Para febrero de 1945 tenía la enfermedad en estado muy avanzado. Recibió la asistencia espiritual de otros sacerdotes, y tras una ligera mejoría entregó su alma a Dios el 2 de marzo de 1945, un día después de cumplir los 34 años. Gracias al conocimiento que uno de sus compañeros sacerdotes tenía del prisionero encargado del crematorio, pudieron recoger las cenizas de su cuerpo, que aun se conservan como reliquia.
La Iglesia reconoce su muerte como martirio.
Con información tomada principalmente del blog de la Congregación, donde hay abundantes fotos.