Su vida puede dividirse en dos periodos: en su provincia religiosa de Toscana, y en Roma. El primer periodo se caracteriza por frecuentes cambios de residencia: en Argigliano y en Pistoya, en 1675 vuelve a Florencia como Maestro de novicios. Dieciocho meses más tarde se halla de párroco en Corniola y en 1677, diez meses después, es trasladado a Siena y luego a Montecatini en 1680, donde dos años después se le encarga la enseñanza de la gramática a los religiosos jóvenes; pero ese mismo ano le trasladan a Pisa y pocos meses mas tarde a Fivizzano como organista y sacristán. El segundo período se inicia en 1687, cuando el general de la orden lo llama a Roma donde, en el convento de San Martino ai Monti, vivió los treinta y dos años restantes de su vida, primero como Maestro de novicios y luego como ecónomo, sacristán y organista y al mismo tiempo como director del conservatorio para muchachas fundado por Livia Vipereschi.
Durante la primera época de su vida, por doquier había ido dejando a su paso el muy grato recuerdo de un alma sedienta de silencio, de oración, de mortificación, pero sobre todo de un hombre entregado a la caridad espiritual y corporal hacia los enfermos y los pobres, tanto que en Siena le dieron el apelativo de «Padre Caridad». Y siempre hizo honor a este apelativo dondequiera que se hallara, especialmente en Roma donde cuido de los dos hospitales de San Juan (el de hombres y el de mujeres) y fundo el hospicio para convalecientes pobres en la avenida entre el Coliseo y la basílica de San Juan. Su lema fue: «Quien ama a Dios debe buscarlo entre los pobres». Supo también atraer a muchas personas que le imitaron en su atención a los necesitados, como pudo verse sobre todo durante las calamidades públicas de terremotos e inundaciones que se abatieron sobre Roma en los años 1702 y 1703, en una época en la que el fasto de unos pocos contrastaba con la miseria de la mayoría.
Acertó a dar a los ricos muy buenos consejos y ellos le estimaron y le secundaron y emplearon como mediador en sus propias obras de beneficencia. Enseñó a los pobres a ser agradecidos y a encontrar en su humilde condición motivos de perfeccionamiento moral. Fue consejero de príncipes y de otros «grandes» de la Roma de entonces o de los huéspedes ilustres de la ciudad. Cardenales y altos prelados le tenían en gran estima. Rehusó la púrpura que le ofrecieron Inocencio XII y Clemente XI porque -decía- «habría redundado en perjuicio de los pobres a los que no habría podido atender».
Tuvo una confianza plena en la Divina Providencia, a la que solía llamar su «despensa», en la cual nunca falta nada. Esta confianza se vio no pocas veces recompensada con hechos humanamente inexplicables, tales como la multiplicación de cosas sencillas destinadas al alimento de los pobres. Al practicar la caridad, no descuidaba, sin embargo, la justicia: siendo él mismo ejemplo de justa retribución a los obreros, sabía conseguir también que obraran con justicia quienes a veces descuidaban eso. Su unión profunda con Dios la buscaba en la oración solitaria, ya fuese en una cueva como cuando era niño en Argigliano, en los espacios ilimitados del Monte San Peregrino, en los sótanos del convento de Florencia, o en las catacumbas romanas, en su celda o en el corillo de la iglesia de San Martino donde la noche se le pasaba en un santiamén, descansando -solía decir- como san Juan «sobre el pecho de Cristo por medio de la oración». Destacó por su amor a la Cruz que quiso alzar incluso materialmente allá donde le fue posible: entre Argigliano y Minucciano, en el Monte San Peregrino, junto a Corniola, y en Roma tres en el Testaccio y tres dentro del Coliseo. El Señor le dio a conocer algunos sucesos lejanos (como la muerte de Luis XIV y la victoria del Príncipe Eugenio de Saboya en Petrovaradin) o futuros (como su propia muerte y la de otros). Varias personas le atribuyeron señaladas gracias estando él todavía en vida.
Murió el 20 de enero de 1720 y fue sepultado en la iglesia de San Martino ai Monti, donde se encuentra actualmente en la nave izquierda. Tres años después de su muerte se inicio el proceso informativo diocesano en Florencia, Pescia y Roma. El apostólico se desarrollo de 1740 a 1753. La heroicidad de sus virtudes fue reconocida por Pío VI en 1781. Fue beatificado por SS Benedicto XVI el 25 de abril de 2010.
Tomado, con apenas cambios gramaticales, de la página de la Orden Carmelita.