Alrededor del año 1250, vino al mundo Andrés Dotti en la población de Borgo San Sepolcro, de la Toscana. Su familia, muy distinguida (un hermano de Andrés fue capitán en la guardia personal del rey Felipe el Hermoso), le dio una educación de acuerdo con su medio, es decir, esmerada, pero sin abordar para nada la religión. Sin embargo, el joven, piadoso por inclinación natural, se hizo terciario secular de los servitas a la edad de diecisiete años. Poco tiempo después, se realizó un capítulo general de la orden en Borgo San Sepolcro y, por supuesto, Andrés asistió a todas las ceremonias, incluso a escuchar el sermón que predicó san Felipe Benizi, el prior general. El tema del discurso era la recomendación de Cristo: «El que no renuncie a todo cuanto posea, no llegará a ser mi discípulo», y la fogosa elocuencia del orador tocó las fibras más íntimas del corazón de Andrés. Inmediatamente fue a ofrecerse a san Felipe, fue aceptado y se convirtió en un fraile servita. Después de recibir la ordenación sacerdotal, ingresó a uno de los monasterios, el que gobernaba san Gerardo Sostegni, uno de los siete fundadores de la Orden; de ahí salió convertido en un predicador vehemente que obtuvo mucho éxito en toda la comarca vecina. Con frecuencia acompañaba a san Felipe Benizi en sus jornadas misioneras. Andrés se conquistó a varios ermitaños que llevaban una vida retirada, pero muy indisciplinada, en las cercanías de Vallucola, y los hizo entrar en la orden servita y someterse a sus reglas. El propio Andrés fue nombrado superior de aquel grupo y desempeñó el trabajo hasta que fueron requeridos sus servicios para que saliese a predicar o actuase como prior temporal en diversos monasterios. Se hallaba presente en Monte Senario en 1310, cuando murió ahí san Alejo Falconieri, el principal de los fundadores de los servitas, y quedó tan profundamente impresionado, que pidió permiso a sus superiores para retirarse a una ermita y prepararse a bien morir, a pesar de que apenas tenía cincuenta y nueve años. Desde entonces, Andrés vivió entregado a las mortificaciones, tuvo visiones y abundantes gracias, incluso un aviso sobre su próxima muerte. Cuando llegó la fecha anunciada, el beato se hallaba en buenas condiciones de salud y, desde temprano, salió de su ermita para dirigirse a una peña donde acostumbraba a dar conferencias a sus hermanos. Cuando llegaron los otros monjes, se encontraron con que Andrés, su amado padre, estaba arrodillado de cara a la roca, inmóvil, como arrobado en éxtasis; pero en realidad, ya estaba muerto. Fue sepultado en la iglesia de Borgo de San Sepolcro donde la veneración popular que se le rindió fue recompensada con numerosos milagros. En 1806, el Papa Pío VII, aprobó el antiguo culto.
En Annales Ordinis Servorum B. V. M., vol. I, pp. 230-231, A. Gianni escribió un relato muy completo sobre el beato. Dado que los siete fundadores de la Orden se conmemoran el mismo día (12 de febrero), no hacemos un link por separado a cada uno.