Therese von Wüllenweber nació un 19 de febrero de 1833, en el seno de una noble familia alemana, en concreto en el castillo de Myllendonk, no lejos de la ciudad de Colonia. Fue la primera de cinco hermanas y creció en un hogar devoto y lleno de vida y amor, recibiendo una notable educación, como le correspondía por su nobleza.
Poseía desde temprana edad una inclinación a la vida apostólica y en concreto a la actividad misionera y toda su vida fue una continua búsqueda y maduración de este ímpetu/vocación, pero en aquel tiempo no existía una orden femenina donde ella pudiera tener una experiencia misionera. En 1875 conoció al Obispo Raimondi -Vicario Apostólico de Hong Kong- quién, viendo su gran espíritu misionero, le animó a establecer una nueva fundación misionera. Pero no era el tiempo adecuado, el «Kulturkampf», una legislación anticatólica, había prohibido entre otras cosas el establecimiento de nuevas comunidades religiosas en Alemania. Sin embargo Teresa emitió ese mismo año un voto privado de que su vida y sus bienes serían dedicados enteramente para el bien de las misiones y de la iglesia. En esos días plasmaba su celo y entusiasmo misionero en un poema titulado «Impulso».
Teresa rondaba ya los 50 y no había encontrado lo que buscaba. Sin embargo todo esto cambió el 12 de abril de 1882 cuando por casualidad (si existe la casualidad) cayó en sus manos el «Kölnische Volkszeitung» en el que se anunciaba la publicación misionera de los salvatorianos «Der Missionär». Ahí leyó que el objetivo de esta nueva sociedad era difundir y defender la fe católica mediante todos los medios y maneras posibles, en casa y en las misiones. Inmediatamente se puso en contacto con el P. Lüthen en Munich y luego ya todo fue muy deprisa. El 4 de julio se encuentra con el beato Francisco Jordan, que sólo 6 meses antes (el 8 de diciembre de 1881) había fundado a los Salvatorianos, y ambos descubren tener la misma vocación y carisma por la misión y el trabajo apostólico y que la mano de la Divina Providencia les había unido. Teresa quedó sorprendida por la persona del Fundador: «¡Se quedó con nosotras 3 días! Difícilmente podría aguardarme una alegría más grande. Me dio la impresión de un ferviente y verdadero apóstol. Me pareció un santo mandado por Dios mismo».
El resultado de este mutuo sentir, y una vez superadas un sin fin de dificultades y pruebas, fue la Fundación en Tívoli (cerca de Roma) el 8 de diciembre de 1888 de la Congregación de las Hermanas del Divino Salvador. Teresa en adelante sería María de los Apóstoles. El 25 de marzo de 1889 emitía públicamente sus votos perpetuos y Jordan la designó Superiora General. La Comunidad de las Salvatorianas creció rápidamente: En 1892 había 50 Hermanas en Tívoli y el informe de 1900 habla de 120.
Si bien el deseo misionero de la Madre María no pudo ser realidad en su propia persona, pronto sí lo fue en la Congregación, «su fuego fue prendiendo otros fuegos»: En diciembre de 1890 las primeras 3 Hermanas acompañaban a 2 Padres y 2 Hermanos a ASSAM / La India para iniciar la Primera Misión Salvatoriana. Tres años después 5 Hermanas iniciaron otro proyecto misionero en Ecuador. Y en mayo de 1895 otras 3 Hermanas iban a los Estados Unidos. Hoy 1.250 Hermanas trabajan en 30 países repartidos por los 5 Continentes. El 25 de diciembre de 1907, a medianoche, durante la celebración de la liturgia de Navidad, Madre María se fue de Roma al Cielo. Pasado un corto tiempo y desde fuera de la comunidad fueron llegando reconocimientos de su santidad. La devoción hacia ella crecía. El Papa Pablo VI beatificó a la Madre María de los Apóstoles el 13 de Octubre de 1968 destacando durante su homilía «su espíritu misionero en un tiempo en que no había mujeres misioneras». El gran amor de la Madre María por las misiones y su espíritu apostólico siguen encendiendo hoy los corazones de muchas mujeres y hombres salvatorianos alrededor del mundo.
Tomado del artículo firmado por Fernando López, SDS en Amsala, revista de la Asociación Misionera Salvatoriana para Latinoamérica, nº 47, abril de 2008, pp 16-17.