Acabada su preparación, con confianza y humilde valentía, hacia finales de 1914, acepta con entusiasmo el mandato para las misiones de Kenya, conciente de las dificuldades que la esperan. Su corazón no tiembla, porque està afianzado en Dios. El 29 de Enero de 1914, día de su consagración a Dios para la misión, Sor Irene habia condensado en pocas lineas su programa de vida:
«¡Sólo Jesús! Todo con Jesús... Toda de Jesús... Todo para Jesús / Nada para mí.»
En Enero de 1915 llega a Kenya, y experimenta la pobreza extrema, la fatiga, la soledad. Tiene que hacer el esfuerzo para aprender un idioma nuevo, penetrar en una cultura muy diferente, deshacer prejuicios. Sor Irene ensancha su corazón, para que en él encuentre espacio aquel mundo al que ella se entrega con todo su ser: es mujer humilde, llena de fe ardiente, de caridad intrépida y esperanza inquebrantable para anunciar que Jesús es el Hijo de Dios y el Salvador de la humanidad.
A los pocos meses de haber llegado a Kenya, la primera guerra mundial hace sentir sus efectos en las colonias inglesas y alemanas e implica directamente numerosos misioneros y misioneras presentes en Africa Oriental.
A partir de Agosto de 1916, Sor Irene desarrolla la tarea de enfermera de la Cruz Roja en Kenya y Tanzania, en los grandes hospitales de campo levantados por los “carriers”, los trescientos mil y más indígenas movilizados por los ingleses para defender y ensanchar sus fronteras. Con piedad y abnegación pasa dias y noches en las grandes carpas donde se amontonan hasta dos mil enfermos y heridos. En aquellas miserables condiciones falta de todo, pero sor Irene suple la falta de remedios y de asistencia médica multiplicando los gestos de caridad y la cercanía afectuosa y maternal a cada uno de esos pobres jóvenes.
A fines de la guerra Sor Irene vuelve a Kenya entre sus Agikuyus y se entrega totalmente a la obra de evangelización con inagotable espíritu apostólico. Llega a ser maestra, enfermera, partera, visitadora familiar y a todos lleva amor y gestos concretos de solidaridad. Tanto es así que la gente empieza a llamarla con cariño “Nyaatha”, que significa “la madre toda misericordia”.
Al cumplir 39 años de edad, frente a las necesidades incalculables de la obra misionera y siempre más conciente de su pequeñéz, Sor Irene siente la llamada interior a ofrecer a Dios el sacrificio supremo de su vida para la llegada del Reino. Tan sólo dos semanas después de su ofrecimiento, asistiendo a un enfermo de peste que muere entre sus brazos, contrae la misma enfermedad que en pocos días la lleva a la muerte, víctima de su caridad heroica.
Es el 31 de Octubre de 1930. En cuanto la dolorosa noticia de su muerte se difunde, la gente aturdida y consternada acude en masa a la misión para ver por última vez su rostro, superando el temor supersticioso hacia los muertos, aún muy arraigado en aquel tiempo.
Después de más de medio siglo la Iglesia de Nyeri (Kenya) y la de Turín piden a la “Congregación de los Santos” en Roma que sean reconocidas las virtudes heroicas de Sor Irene Stéfani, para gloria de Dios y ejemplo a los fieles. Sus restos, exhumados en 1995, reposan en la iglesia de la Consolata en NyeriMathari (Kenya).
Hay abundante material bio-hagiográfico en la red, en especial relacionado con su congregación, las Misioneras de la Consolata, mayormente en italiano; de entre todos puede ser útil este sitio con muchos testimonios.