Durante siglos, la vida de santa María Magdalena, como libertina, convertida y penitente, ha tenido siempre eco en aquellas almas que se han encontrado, en su propio tiempo, casi en la misma situación; entre ellas cabe mencionar a Clara Agolanti, o Clara de Rímini.
Nacida en 1280, fue educada por su padre Onosdeo en el cultivo de un carácter fuerte en el obrar, casi masculino e intolerante con cualquier sumisión. Pasó su adolescencia entre caballos y torneos, rebelde a las prácticas religiosas que su madre Gaudiana intentaba inculcarle. Muerta la madre, su padre volvió a casarse y ella resultó aún más independiente. Jovencísima desposó al hijo de su madrastra, pero quedó viuda tres años después, heredando una inmensa fortuna. Durante ocho años continuó entregándose a fiestas, justas de caballería, banquetes, con una vida frívola y mundana, dando lugar en la ciudad a escándalos y pésimas habladurías. Su padre y su hermano murieron el mismo día, mientras estaban en guerra con los Malatesta, rivalizando por el dominio en la zona de Rimini, de modo que todas las riquezas de la familia Agolanti se concentran en manos de la joven viuda. Fue pedida en matrimonio por un noble que llevaba una vida disipada y ella aceptó a condición de que pudiera mantener el mismo estilo de vida.
Un día por curiosidad, entró en la Iglesia de los Padres Conventuales, Santa María en Trivio, y se sintió dentro de sí por primera vez perturbada y agitada; vuelta a casa se encerró en su habitación, donde cayó al suelo en un mar de lágrimas de arrepentimiento, y decidió cambiar de vida. Al día siguiente fue a la misma iglesia, donde hizo una confesión general, y a partir de ese momento comenzó una vida de piedad, buenas obras, y penitencia, convirtiendo incluso al marido, que murió dos años más tarde de modo cristiano. Entonces Clara no puso límites a sus penitencias, que devinieron terribles, animada de un fuego de expiación que la devoraba.
Con su inmensas riquezas, comenzó a ayudar a todas las miserias materiales y morales; dio dote y apoyo a todas las niñas pobres para el matrimonio. Algunas mujeres de gran fervor se reunieron alrededor de ella, dispuestas a llevar una vida de reclusión y penitencia, por lo que Clara fundó un pequeño monasterio llamado Santa María de los Ángeles -más tarde conocido como de Santa Clara-; obtuvo la bendición del obispo de Rímini Guido Abasi, pasando luego a la Catedral para emitir los votos religiosos, de acuerdo con la Regla de Santa Clara.
Vivió una docena de años como superiora, intensificando los sacrificios y la contemplación de la Pasión de Cristo. El Señor le concedió el don de gracias místicas elevadísimas, con éxtasis tan profundos que ninguna fuerza humana podía detenerlos, y sólo se recuperaba si era llevada ante el Santísimo Sacramento. Murió hacia los 46 años, el 10 de febrero de entre 1324 a 1329, consumida por la penitencia y la contemplación, y su cuerpo descansa en la iglesia del monasterio. Su culto «de tiempo inmemorial» fue confirmado por el papa Pío VI en 1784.
Traducido para ETF, con escasos cambios, de un artículo de Antonio Borrelli.