El contexto histórico en el que se coloca el martirio de estos 17 gloriosos mártires es el de la Reforma protestante, y más específicamente del cisma anglicano, en la particular situación de las relaciones civiles y políticas entre Inglaterra e Irlanda, que terminó con el triunfo de la supremacía de Inglaterra sobre la isla vecina. La evolución de la situación religiosa en Inglaterra tuvo consecuencias inevitables en la población de Irlanda, que se mantuvo fiel a la fe católica de sus padres. En el corazón de esta trágica persecución está la doctrina de la supremacía del Romano Pontífice en lo espiritual.
La excomunión impuesta en 1570 por el papa san Pío V a la reina Isabel I de Inglaterra dio inicio a una persecución frenética en Inglaterra, en particular, contra los sacerdotes. En Irlanda, en cambio, las primeras ejecuciones se llevaron a cabo con la esperanza de infundir miedo en los corazones de la gente. La rebelión iniciada por el conde de Desmond en el sur de la isla, la expedición militar de James Fitzmaurice Fitzgerald en julio de 1579 con el apoyo de Gregorio XIII, la insurrección de Lord Baltinglass en 1580, realizada en nombre de la libertad del catolicismo, todas fallaron miserablemente. En opinión de las autoridades protestantes en Dublín, sin embargo, estas iniciativas constituyen un motivo válido de preocupación.
Fue en este clima que se ejecutaron obispos, sacerdotes, religiosos y laicos. El trágico destino de todas estas personas depende más de un motivo único, a saber, la negativa a profesar el juramento de supremacía, que reconocía a la Reina como única cabeza de la Iglesia Anglicana.
Pasaron los días de martirio, pero afortunadamente no se perdió la memoria de los mártires. David Rothe, obispo de Ossory, fue uno de los primeros en preocuparse por mantener viva la memoria de los que habían derramado su sangre por la fe en Irlanda, y en su «Analecta de rebus Hibernicis», impreso en Colonia en 1619, publicó el frutos de sus investigaciones. En la recopilación de las listas pudo servirse del trabajo de dos predecesores: Conor O'Devany, él mismo mártir en 1612, y el jesuita Juan Howlin Waterford.
En 1661, un sínodo celebrado clandestinamente en Fethard, en la provincia eclesiástica de Cashel, instó a todos los obispos a elaborar una especie de martirologio diocesano, de los cuales ya no existe, por desgracia, ninguna copia, pero sí hay de las listas enviadas por diversas concregaciones religiosas a las respectivas Curias Generales. El número inicial de 460 nombres bajó prontamente a 292. Recientemente, a invitación de la Santa Sede, fue seleccionado entre un total de casi 260 Siervos de Dios, un grupo más pequeño, de sólo 17 mártires perfectamente documentados, provenientes de las cuatro provincias de Irlanda, que el Papa Juan Pablo II beatificó a 27 septiembre de 1992.
Traducido para ETF de un artículo de Fabio Arduino.